Puede que lo que más recordéis de Viana, sea las vistas
desde el Monte de Santa Lucía. Así como lo que os he contado sobre las fiestas
de Nuestra Señora de la Agonía, una de las romerías más bellas y famosas de
Portugal. Una explosión de color y alegría que nadie debe perderse. Lo malo es
que son en agosto y nosotros estuvimos en junio.
Fue fundada en el s. XIII por Afonso III.
El
mar siempre ha sido su razón de ser: llegó a tener 70 navíos de mercancías y,
en la época de los Descubrimientos (s. XV y XVI), de los astilleros de Viana
partieron las naves, las carabelas, hacia las rutas de las Indias y de las
Américas, que regresaban cargadas de azúcar, palo de brasil, marfil y otros
objetos preciosos exóticos.
A
mediados del s. XX se construyó una flota bacaladera en los astilleros de Viana
do Castelo para la pesca del bacalao en los mares del norte. Un vianense, João
Álvares Fagundes, fue el pionero en la navegación en Terranova, en el Atlántico
norte. Sin saberlo, abrió el camino al culto de las diversas formas de comer
bacalao en Portugal.
Hasta
el s. XVI, el burgo fue exclusivo del pueblo, sin que pudiera instalarse aquí
la nobleza.
Cuando,
por fin, les abrieron las puertas, Viana se enriqueció con palacios blasonados,
iglesias y conventos, fuentes y fontanales que constituyen una herencia
patrimonial notable, digna de visita.
En
1848 la reina D.ª María II elevó Viana a ciudad con el nuevo nombre de Viana do
Castelo.
Ciudad
bonita, extrovertida y alegre, Viana do Castelo ha sabido conservar la riqueza
de sus tradiciones de raíz popular.
El
puente que une las márgenes del Limia es obra de Gustave Eiffel: el tablero
superior rodoviario y el inferior ferroviario.