No se sabe a ciencia cierta cuáles son los orígenes de Amarante. Se dice que la fundó un centurión romano de nombre Amarantus. Lo que es seguro es que en el siglo XIII pasó por aquí, llegado desde Jerusalén, un monje con fama de santo, S. Gonçalo. Se convirtió en el patrono de la ciudad.
Visitamos la iglesia y el convento de S. Gonzalo, un conjunto arquitectónico imponente, que visto del otro margen del río impresiona. Allí reposa el patrono de la ciudad y santo casamentero.
Empezó a llover y nos metimos en un Museo que lleva el nombre de uno de los hijos ilustres de la tierra, el pintor Sousa Cardoso: fue amigo de Modigliani y de los Delaunay.
Corre por el corazón de la ciudad realzando el pintoresco conjunto urbano que se levanta a sus orillas. A lo lejos, se avista la silueta imponente de la Sierra de Marão.
A medio del puente de granito, obra maestra de la ingeniería civil barroca, en donde una serie de balconcillos circulares le invitan a sentarse a contemplar la ciudad y el río que pasa, una pequeña placa toda oxidada, indica río Támega: es un afluente del Duero.
Las isletas de arena, en el medio del río, y las barcas, le llaman gaviotas, y las piraguas, dan una imagen romántica al entorno.
Sentados en aquellas terrazas a orillas del río, a la sombra de los verdes sauces y alisos, tiene que ser algo muy placentero y más degustando los famosos dulces de Amarante: los 'papos de anjo', las 'brisas' del Támega, o las pastas de S. Gonçalo.
Pero teníamos que seguir nuestra ruta.
Han quedado las fotografías como recuerdo, para nuestro deleite.